El 1 de octubre de 1931, las Cortes españolas aprobaron el artículo constitucional que consagraba el derecho al voto de la mujer. La heroína del momento fue la abogada Clara Campoamor.
Clara Campoamor, sin lugar a dudas, merece inaugurar la
sección de este blog dedicada a la biografía y obra de las mujeres que lucharon
por conseguir un mundo más junto e igualitario; es decir, una política
diferente a la que impone el patriarcado.
Clara Campoamor |
La Constitución española de 1931, aprobada durante el Bienio
Reformista de la II República, es una constitución que cumple todos los
requisitos para ser calificada de democrática y social:
"Artículo 1. España es una República de Trabajadores de toda clase, que se organizan en régimen de Libertad y de Justicia. Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo".
Sin embargo, a punto estuvo de no ser “tan democrática”
porque faltó muy poco para que no se aprobara el sufragio universal, porque
universal significa que no se puede prohibir votar al más de 50 por ciento de
la población, que son las mujeres. Y la falacia de “sufragio universal
masculino” sólo esconde la realidad de un sufragio censitario por sexos.
Fue en las semanas previas cuando quedó patente la ética de
los diputados en Cortes y sus valores. Por ejemplo, el diputado por la
Federación Republicana Gallega, Novoa Santos, aún sostenía apoyándose en sus
conocimientos médicos que a la mujer no la dominaba “la reflexión y el espíritu
crítico sino todo lo relacionado con las emociones y los sentimientos”. Es
decir, la ética del menosprecio y la desigualdad imperaba en los discursos de
muchos miembros de la Cámara.
Pero no eran los diputados que compartían las opiniones del
señor Novoa Santos quienes vivieron aquellos meses de una manera agónica, sino
aquellos otros que teniendo unos principios éticos solidarios (en general los
diputados de izquierdas, pero también liberales como Lerroux) temían la
aprobación del voto femenino por razones prácticas, ya que sospechaban que las
mujeres, bajo la influencia de sus confesores, votarían a la derecha y peor
aún, apoyarían la vuelta de la Monarquía de Alfonso XIII con lo que la propia
existencia de la II República corría peligro. Es decir, mantenían una ética que
desligaban de su aplicación práctica, lo que resulta absolutamente inmoral.
Las elecciones a Cortes Constituyentes que se realizaron
tras el exilio de Alfonso XIII fueron por sufragio “universal” masculino, pero
las mujeres pudieron presentarse como candidatas. Tres resultaron elegidas:
Clara Campoamor del Partido Republicano Radical de Lerroux (quien terminó
traicionándola); Victoria Kent del Partido Republicano Radical Socialista; y
Margarita Nelken del PSOE. Fueron las dos primeras quienes ejemplificaron esta
agonía ética y moral demostrando que nunca es ético vivir en desacuerdo con
nuestros principios y valores.
Clara Campoamor y Victoria Kent habían luchado juntas por la
igualdad de derechos de la mujer. Un logro importante fue la aprobación del
artículo 25 en que la primera, con el apoyo de la segunda, consiguió que se
reconociera que el sexo no puede ser fundamento jurídico de privilegio alguno. Sin embargo, llegada la hora de la verdad, Victoria Kent se
asustó, no confiaba en las mujeres de su momento y creía que el voto femenino
debía postergarse hasta que ellas estuvieran preparadas para votar con
conocimiento y libertad. Esta moral de lo práctico fue rebatida por Clara
Campoamor quien basaba sus discursos en el principio de que todo ser humano es
libre y que nadie tiene derecho a privarle de su libertad en razón de ninguna
conveniencia coyuntural: “la libertad se aprende ejerciéndola”.
El sufragio universal fue aprobado por 161 votos contra 121.
En las siguientes elecciones de octubre de 1934 ganaron las derechas y la
izquierda culpó de ello a Clara Campoamor, quien el resto de su vida pagaría
por haber mantenido su ética y moral frente a los políticos y políticas “prácticos
y prácticas” frente a quienes nunca crean un futuro mejor ni mejoran la
historia.
Gracias, Clara.
**Clara Campoamor Rodríguez (Madrid, 12 de febrero de 1888 –
Lausana, 30 de abril de 1972).
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