La Malinche, aquella bella náhuatl que sirvió a Hernán Cortés como traductora y que acabaría teniendo un hijo con él, es considerada por algunos como una traidora a sus orígenes y al pueblo mexicano, y por otros como símbolo de la mezcla de culturas que se iniciaba en los albores del Renacimiento, tras el descubrimiento de América. Pero ¿quién era en realidad La Malinche?
Según Bernal Díaz del Castillo, cronista de Hernán Cortés, su
padre era cacique de un pueblo llamado Copainalá, cerca de la actual Veracruz y
fue llamada Malinalli en honor de la Diosa de la Hierba. Debió tener una
infancia feliz hasta que su padre murió y su madre se volvió a casar. Este
padrastro vendió a la niña a unos traficantes y ella acabó de esclava de un
cacique maya de Tabasco: ¡Una tragedia!
Pero Malinalli demostró interés por sobrevivir desde un
principio. Inteligente, aprendió el idioma maya y ya era bilingüe cuando
conoció a Hernán Cortés; es decir, su cerebro ya estaba preparado para pensar
en varias lenguas y para entender múltiples sonidos orales: los de su materno
náhuatl y los del maya.
No sabemos qué pensaba Malinalli el día que se encontró con
los conquistadores españoles. ¿Sentía que debía fidelidad a su original pueblo
náhuatl y al maltrato que había recibido de su familia? Parece improbable. ¿Admiraba a los mayas
que la habían esclavizado? También es dudoso. ¿Qué la parecieron aquellos guerreros españoles que
acababan de vencer en la batalla de Centla (14 de marzo de 1519)? Seguramente no la causaron buena impresión. Ella, junto
con otras 19 mujeres, fue ofrecida como botín de guerra a Hernán Cortés, quien
la ignoró en un primer momento. No sabemos qué pensaba pero sí cómo actúo y
enseguida destacó sobre las otras esclavas y se hizo imprescindible entre
aquellos hombres de ambición desmedida.
Cortés la entregó al capitán Hernández Portocarrero, pero
cuando supo que aquella nativa hablaba náhuatl, el idioma de Moctezuma II,
emperador de los mexicas, decidió aprovecharse de su talento y comenzó a
admirar a aquella extraña mujer que pronto aprendería también castellano.
Durante años no se separó de ella y la bautizó como Marina, doña Marina a
partir de aquel momento, y le construyó una casa en Coyoacán, muy cerca de la
capital azteca. Algunos testigos, como Rodríguez Ocaña, afirmaron que el éxito
de los pactos con las poblaciones autóctonas se produjo gracias a la gestión de
doña Marina que, además, asesoraba sobre las costumbres vernáculas y los modos
sociales.
Guadalupe (España). Fuente con la pila que se usó para bautizar a los primeros nativos de América que vinieron con Colón. Foto: Isabel del Río © |
Cortés y sus capitanes, todo aquel ejército de recién llegados,
tenían un único objetivo: oro. Y el tan pregonado oro que iba a crecer en los
árboles en aquel nuevo continente no aparecía por ninguna parte, al menos no en
las cantidades esperadas. ¿Cómo podía Cortés hacer interrogatorios adecuados
sin la ayuda de doña Marina?
El 8 de noviembre de 1519, Hernán Cortés entraba en
Technotitlán, la Venecia de América, para entrevistarse con Moctezuma II, doña Marina iba a su lado. El Lienzo de
Tlaxcala nos da una idea de cómo debió ser aquel encuentro. En el lienzo, el conquistador
se dirige al emperador de los aztecas teniendo muy cerca de su oído a doña
Marina, su traductora y consejera. Es una fuente interesante, también otros dibujos
de la época en que doña Marina negocia en nombre de España sin Cortés; es
decir, llegó a ser una embajadora y ya no sólo una consejera.
Después se casó con Juan Jaramillo y tuvieron una hija,
María, pero Cortés siempre la necesitó y la volvería a llevar consigo para
calmar una rebelión que se produjo en Honduras en 1524.
Malinalli, doña Marina, la Malinche… tantos nombres como
espejos tiene su sombra, la sombra de una superviviente cuya trágica vida no
comprendemos. Se salvo gracias a su facilidad para las lenguas pero también a
su astucia e inteligencia. Algunos la hacen responsable de la matanza de los
Cholultecas; otros de ser una espía de Cortes en Tenochtitlán; pocos se hacen
eco de su maltrato, del manoseo al que la sometieron desde ambos continentes, ésos
que baña el Océano Atlántico. Dicen que Marina era de todos sus nombres el preferido, y lo cierto es que es la mar que viene y va fue su destino.
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