viernes, 27 de marzo de 2020

La Malinche, ¿traidora o rebelde?

La Malinche, aquella bella náhuatl que sirvió a Hernán Cortés como traductora y que acabaría teniendo un hijo con él, es considerada por algunos como una traidora a sus orígenes y al pueblo mexicano, y por otros como símbolo de la mezcla de culturas que se iniciaba en los albores del Renacimiento, tras el descubrimiento de América. Pero ¿quién era en realidad La Malinche?

Según Bernal Díaz del Castillo, cronista de Hernán Cortés, su padre era cacique de un pueblo llamado Copainalá, cerca de la actual Veracruz y fue llamada Malinalli en honor de la Diosa de la Hierba. Debió tener una infancia feliz hasta que su padre murió y su madre se volvió a casar. Este padrastro vendió a la niña a unos traficantes y ella acabó de esclava de un cacique maya de Tabasco: ¡Una tragedia!

Pero Malinalli demostró interés por sobrevivir desde un principio. Inteligente, aprendió el idioma maya y ya era bilingüe cuando conoció a Hernán Cortés; es decir, su cerebro ya estaba preparado para pensar en varias lenguas y para entender múltiples sonidos orales: los de su materno náhuatl y los del maya.

No sabemos qué pensaba Malinalli el día que se encontró con los conquistadores españoles. ¿Sentía que debía fidelidad a su original pueblo náhuatl y al maltrato que había recibido de su familia? Parece improbable. ¿Admiraba a los mayas que la habían esclavizado? También es dudoso. ¿Qué la parecieron aquellos guerreros españoles que acababan de vencer en la batalla de Centla (14 de marzo de 1519)? Seguramente no la causaron buena impresión. Ella, junto con otras 19 mujeres, fue ofrecida como botín de guerra a Hernán Cortés, quien la ignoró en un primer momento. No sabemos qué pensaba pero sí cómo actúo y enseguida destacó sobre las otras esclavas y se hizo imprescindible entre aquellos hombres de ambición desmedida.

Guadalupe (España). Fuente con la pila que se usó para bautizar a los
primeros nativos de América que vinieron con Colón.
Foto: Isabel del Río ©
Cortés la entregó al capitán Hernández Portocarrero, pero cuando supo que aquella nativa hablaba náhuatl, el idioma de Moctezuma II, emperador de los mexicas, decidió aprovecharse de su talento y comenzó a admirar a aquella extraña mujer que pronto aprendería también castellano. Durante años no se separó de ella y la bautizó como Marina, doña Marina a partir de aquel momento, y le construyó una casa en Coyoacán, muy cerca de la capital azteca. Algunos testigos, como Rodríguez Ocaña, afirmaron que el éxito de los pactos con las poblaciones autóctonas se produjo gracias a la gestión de doña Marina que, además, asesoraba sobre las costumbres vernáculas y los modos sociales.

Cortés y sus capitanes, todo aquel ejército de recién llegados, tenían un único objetivo: oro. Y el tan pregonado oro que iba a crecer en los árboles en aquel nuevo continente no aparecía por ninguna parte, al menos no en las cantidades esperadas. ¿Cómo podía Cortés hacer interrogatorios adecuados sin la ayuda de doña Marina?

El 8 de noviembre de 1519, Hernán Cortés entraba en Technotitlán, la Venecia de América, para entrevistarse con Moctezuma II, doña Marina iba a su lado. El Lienzo de Tlaxcala nos da una idea de cómo debió ser aquel encuentro. En el lienzo, el conquistador se dirige al emperador de los aztecas teniendo muy cerca de su oído a doña Marina, su traductora y consejera. Es una fuente interesante, también otros dibujos de la época en que doña Marina negocia en nombre de España sin Cortés; es decir, llegó a ser una embajadora y ya no sólo una consejera.

Después se casó con Juan Jaramillo y tuvieron una hija, María, pero Cortés siempre la necesitó y la volvería a llevar consigo para calmar una rebelión que se produjo en Honduras en 1524.

Malinalli, doña Marina, la Malinche… tantos nombres como espejos tiene su sombra, la sombra de una superviviente cuya trágica vida no comprendemos. Se salvo gracias a su facilidad para las lenguas pero también a su astucia e inteligencia. Algunos la hacen responsable de la matanza de los Cholultecas; otros de ser una espía de Cortes en Tenochtitlán; pocos se hacen eco de su maltrato, del manoseo al que la sometieron desde ambos continentes, ésos que baña el Océano Atlántico. Dicen que Marina era de todos sus nombres el preferido, y lo cierto es que es la mar que viene y va fue su destino.

Muchos historiadores afirman que murió de viruela hacia 1529 pero recientemente se han encontrado cartas por las que se sabe que aún estaba viva en 1550.
Guadalupe (España). Monumento al descubridor
Foto: Isabel del Río ©

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