Alice Kyteler, la primera bruja condenada por herejía en 1324, era una mujer independiente y con negocios. Las acusaciones de su envidioso entorno recorrieron Europa y llegaron a oídos del Papa Juan XXII quien incluyó la brujería en la lista de herejías. Hasta entonces, la brujería era considerado un pecado leve por la Iglesia.
Brujas en Irlanda. Foto: Isabel del Río © |
Alice, de la casa de Kyteler, era bella y de dulce sonrisa. Había nacido un otoño gótico en Kilkenny, en la misteriosa Irlanda, a orillas del río Nore, en los lejanos tiempos de la Séptima Cruzada.
Era hija única de un matrimonio adinerado, que negociaba con paños y poseía una buena cabaña ovina y su madre, de ascendencia normanda, mantenía la idea de que las mujeres debían poseer una buena educación. Eran ellas quienes regentaban las haciendas en las largas ausencias de sus maridos, ocupados en guerras o en lejanos negocios. Alice, aprendió así idiomas, música y seducción y a los catorce años estaba preparada para enfrentarse al mundo, un mundo que pronto la iba a odiar.
Su primer marido, William Outlaw, la adoraba. Y no sólo estaba enamorado de su dulce sonrisa sino de su buen hacer en los negocios. Alice dirigía una posada y prestaba dinero con acierto, engordando la bolsa familiar. Tuvieron un hijo, también llamado William, era la viva imagen de su orgulloso padre pero escondía el corazón de su madre… Siempre fue el favorito de ella.
Fue un día triste cuando su primer esposo murió inesperadamente. El entierro fue ostentoso, se celebró en la Catedral de Canice y asistió el canciller del rey de Irlanda, hermano del difunto, también enamorado de Alice en secreto. Las gentes de Kilkenny lloraron por el destino de la bella joven, aunque por poco tiempo, porque Alice no tardó en casarse con un colega de profesión, viudo y con hijas. Adam le Blund, su segundo marido y afamado usurero, murió siete años después, también de manera repentina y esta vez, en el entierro hubo más susurros que llantos: ¿por qué le Blund había desheredado a sus hijas? ¿Qué oscuras artes empleaba Alice para conseguir cuanto quería de los hombres? ¿Era tal vez una bruja?
En aquellos tiempos que precedieron a la Peste Negra, la acusación de herejía era frecuente. La iglesia consideraba que era un delito leve y los castigos eran poco severos. Pócimas, conjuros, males de ojo… eran habituales, y resultaba inconcebible quemar en la hoguera a todos los que practicaban ritos paganos.
Alice Kyteler era ajena a los rumores y entre cerveza y cerveza, mientras cantaba en la alegre posada que seguía regentando, el viudo Richard de Valle le propuso matrimonio. Hay que decir que esta vez Alice tardó en decidirse. Su patrimonio era sólido y los hombres la agasajaban y regalaban en las frías noches de Kilkenny. Pero de Valle la prometió tierras y casas, de Valle estaba dispuesto a desposeer a sus tristes hijos. Este tercer matrimonio tampoco duró mucho y Alice volvía a ser libre mientras su tercer esposo moría entre extraños vómitos y síntomas de envenenamiento.
El cuarto marido, Sir John le Poer, también era viudo. Hay que decir que en aquellos remotos tiempos, las mujeres morían jóvenes a consecuencia de los frecuentes embarazos y peligrosos partos. No era el caso de Alice, poseedora de secretos que otras deseaban.
En el otoño de 1324, Sir John le Poer era un hombre envejecido y temeroso. Dormía mal y empezó a tener malas digestiones. Las hierbas que le proporcionaba su astuta mujer no le producían mejoría alguna… comenzó a sospechar. Se acordaba ahora de que ya Alice había sido acusada de la muerte de su primer esposo, aunque el caso fue enseguida sobreseído; escuchaba a sus maledicentes hijos que imaginaban secretas orgías en la posada de Alice; vivía entre sombras y su único deseo era modificar su testamento. No hubo tiempo.
Sir John le Poer murió con grandes dolores de estómago y Alice Kyteler engrosó su patrimonio olvidando el descontento, esta vez manifiesto, de los hijos de le Poer.
Mujer fuerte, se sentía segura. Su amado primogénito era el alcalde de Kilkenny; su antiguo cuñado, el canciller, seguía apoyándola; y si bien muchos del pueblo la odiaban, otros la adoraban, especialmente los más humildes, a los que parece que beneficiaba con los ingresos que obtenía de esquilmar a sus iguales.
Pero el obispo de Ossory, Richard de Ledrede, un franciscano inglés, la despreciaba y decidió acusarla de brujería. ¡Pobre Ledrede! Fue él quien acabó en la cárcel, pero el odio estaba desatado y persistió... La Peste Negra se acercaba... Europa debía redimir sus pecados... Dios castigaba a los que no eran piadosos... Los tiempos estaban cambiando y la intolerancia religiosa se cebaría con las mujeres independientes, ésas que, como Alice, se rebelaban contra el orden establecido.
No pudiendo con la señora, Ledrede acusó a su criada. Petronila de Meath fue torturada y confesó brujería, implicando a Dame Alice Kyteler. Era el comienzo de un largo proceso en que el inglés iría acusando a todo el círculo de seguidores de Alice y, bajo tortura, todos confesaron sus supuestos crímenes y sobre todo los de ella, la Gran Bruja, el objetivo de Ledrede.
Ledrede nunca encontró a Alice. Dicen que huyó a Inglaterra, dicen que le acompañaba la hija de Petronila, dicen que se valió de un demonio, llamado Robin Artisson… dijeron demasiadas cosas.
Brujas. Foto: Isabel del Río © |
El caso de Alice Kyteler se hizo famoso y llegó a oídos del Papa Juan XXII, sumido en cismas y conspiraciones. En 1320, añadió la brujería a la lista de herejías, tal vez para desviar la atención de Avignon o tal vez porque, como hemos dicho, los tiempos estaban cambiando y había que dar un primer paso contra las mujeres rebeldes.
También el amado hijo de Alice fue acusado de brujería y se le encarceló. Se retracto y se le perdonó pero se le obligó a techar la catedral con plomo. En 1332, el techo se hundió matando a todos los presentes.
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