La Huelga de Mujeres de 1918 en Barcelona se encuadra entre otras dos grandes revueltas: la Huelga General de 1917 y la Huelga de la Canadiense en 1919. Su líder fue Amalia Alegre y fue seguida por más de 24.000 obreras que pararon fábricas y talleres y tomaron las calles de la capital catalana durante quince días.
Huelga de Mujeres de 1918 en Barcelona. Foto de El Diluvio |
A punto de finalizar la Primera Guerra Mundial, las
condiciones de vida en España eran trágicas para el proletariado. De hecho,
podríamos afirmar que eran incomprensiblemente trágicas ya que el país se había
mantenido neutral durante la Gran Guerra y la burguesía se había enriquecido
vendiendo materias primas y productos agrícolas a las naciones europeas
devastadas por la contienda. Sin embargo, las clases trabajadores vivían peor
en España que en Francia o Alemania y en 1918, eran víctimas del hambre y de
enfermedades, especialmente de la pandemia de la Gripe Española.
Amalia Alegre era una inmigrante en Barcelona, una víctima
más del “éxodo rural” que nutría la Revolución Industrial de la España de
Alfonso XIII. Vivía en Barcelona, en la popular y hacinada calle del Olmo y era
una activista del Partido Republicano Radical de Lerroux. Morena y fuerte, de
rasgos típicamente ibéricos, no llegaba a los 30 años de edad, pero estaba
cansada de trabajar desde niña y políticamente preparada para luchar por sus
derechos, también por los de sus hijas.
El día 18 de enero, Amalia Alegre fijó en la pared un cartel
convocando a las “ciudadanas del Barrio de Atarazanas” a ir al Gobierno Civil
para exigir el abaratamiento de las subsistencias. El descontento era grande
por la falta de carbón en aquel invierno particularmente frío; por la subida de
los precios de alimentos básicos; y por el encarecimiento de los alquileres.
No hizo falta esperar mucho para que cientos de mujeres del
Barrio Chino se la unieran y organizaran una comisión negociadora que exigía
que los artículos de primera necesidad (las subsistencias) volvieran a los
precios de antes de la guerra; una rebaja drástica de los alquileres de las
casas proletarias; y la readmisión de unos seis mil trabajadores de los
ferrocarriles despedidos tras la Huelga General de 1917 y que eran necesarios
para desbloquear la llegada de subsistencias a la ciudad.
Nunca admitieron hombres durante los quince días que duraron
las movilizaciones. Las asambleas estaban constituidas exclusivamente por obreras,
con la excepción de algunos periodistas (debidamente acreditados) que además de
informar sobre el desarrollo de los acontecimientos debían difundir la
prohibición de que ningún hombre se incorporara a sus filas. La idea era evitar
a espías de la policía y otros posibles saboteadores, no en sí a los obreros
varones que, en definitiva, estaban a favor de sus compañeras.
Desde la primera reunión con el gobernador civil hasta la
última hubo un aumento importante de la violencia. Se llegaron a apalear a
comerciantes avaros y a asaltar carbonerías y otras tiendas. Este tipo de acciones
no eran bien vistas por Amalia Alegre que abogaba por una vía pacífica y que
condenó en todo momento las acciones ilegales de expropiación y la violencia.
Otra mujer, Rosario Dulcet, militante de la CNT acabaría encabezando el
movimiento y en la última asamblea y según el diario de la época El Diluvio, Amalia
acusaba de la siguiente manera: “las que aconsejan medios persuasivos están en
un error o están afiliadas a un partido político, al cual se pretende dar la
paternidad del movimiento (…)”
Sin embargo, Amalia Alegre había sabido en todo momento cómo
organizar la revuelta engrosando las manifestaciones con los hijos e hijas de
las obreras para contener a las fuerzas del orden de una represión violenta.
También, había sabido persuadir a camareras y cabareteras de los barrios
elegantes bajo la idea de que, si no había dinero para comer, cómo tenían los
burgueses dinero para vicio. Los diferentes piquetes informativos se
extendieron por Barcelona, las obreras secundaron en masa el movimiento y los
hombres también tuvieron que parar en muchas fábricas ante la ausencia de sus
imprescindibles compañeras. Incluso los estudiantes amenazaron con apoyar la
protesta.
Desde Madrid se sustituyó al impopular Gobernador Civil, Sr.
Auñón, por el más diplomático González Rothwos y se declaró el Estado de Guerra
mientras algunos comerciantes intentaban esconder “las subsistencias” para
poder venderlas más adelante a mejores precios o en la desabastecida Europa…
Todos tuvieron que ceder y, finalmente, el nuevo Gobernador aceptó las justas reivindicaciones
de aquellas lejanas obreras, cercanas compañeras.
Barcelona volvió así a la normalidad, pero las mujeres
habían conseguido mejoras. González Rothwos anunció una serie de medidas para
aumentar el abastecimiento de “las subsistencias”, enumerando una lista de
precios para esos productos de primera necesidad y las sanciones para los
tenderos y comerciantes que encarecieran o escondieran alimentos o carbón.
Además, patrullas del ejercito supervisarían en adelante que se cumplieran las
instrucciones.
“Los derechos no se
conceden, se conquistan”. Noam Chomsky