domingo, 3 de mayo de 2020

Amalia Alegre: líder de la Huelga de Mujeres de 1918 en Barcelona


La Huelga de Mujeres de 1918 en Barcelona se encuadra entre otras dos grandes revueltas: la Huelga General de 1917 y la Huelga de la Canadiense en 1919. Su líder fue Amalia Alegre y fue seguida por más de 24.000 obreras que pararon fábricas y talleres y tomaron las calles de la capital catalana durante quince días.

Huelga de Mujeres de 1918 en Barcelona.
Foto de El Diluvio
A punto de finalizar la Primera Guerra Mundial, las condiciones de vida en España eran trágicas para el proletariado. De hecho, podríamos afirmar que eran incomprensiblemente trágicas ya que el país se había mantenido neutral durante la Gran Guerra y la burguesía se había enriquecido vendiendo materias primas y productos agrícolas a las naciones europeas devastadas por la contienda. Sin embargo, las clases trabajadores vivían peor en España que en Francia o Alemania y en 1918, eran víctimas del hambre y de enfermedades, especialmente de la pandemia de la Gripe Española.
Amalia Alegre era una inmigrante en Barcelona, una víctima más del “éxodo rural” que nutría la Revolución Industrial de la España de Alfonso XIII. Vivía en Barcelona, en la popular y hacinada calle del Olmo y era una activista del Partido Republicano Radical de Lerroux. Morena y fuerte, de rasgos típicamente ibéricos, no llegaba a los 30 años de edad, pero estaba cansada de trabajar desde niña y políticamente preparada para luchar por sus derechos, también por los de sus hijas.

El día 18 de enero, Amalia Alegre fijó en la pared un cartel convocando a las “ciudadanas del Barrio de Atarazanas” a ir al Gobierno Civil para exigir el abaratamiento de las subsistencias. El descontento era grande por la falta de carbón en aquel invierno particularmente frío; por la subida de los precios de alimentos básicos; y por el encarecimiento de los alquileres.

No hizo falta esperar mucho para que cientos de mujeres del Barrio Chino se la unieran y organizaran una comisión negociadora que exigía que los artículos de primera necesidad (las subsistencias) volvieran a los precios de antes de la guerra; una rebaja drástica de los alquileres de las casas proletarias; y la readmisión de unos seis mil trabajadores de los ferrocarriles despedidos tras la Huelga General de 1917 y que eran necesarios para desbloquear la llegada de subsistencias a la ciudad.

Nunca admitieron hombres durante los quince días que duraron las movilizaciones. Las asambleas estaban constituidas exclusivamente por obreras, con la excepción de algunos periodistas (debidamente acreditados) que además de informar sobre el desarrollo de los acontecimientos debían difundir la prohibición de que ningún hombre se incorporara a sus filas. La idea era evitar a espías de la policía y otros posibles saboteadores, no en sí a los obreros varones que, en definitiva, estaban a favor de sus compañeras.

Desde la primera reunión con el gobernador civil hasta la última hubo un aumento importante de la violencia. Se llegaron a apalear a comerciantes avaros y a asaltar carbonerías y otras tiendas. Este tipo de acciones no eran bien vistas por Amalia Alegre que abogaba por una vía pacífica y que condenó en todo momento las acciones ilegales de expropiación y la violencia. Otra mujer, Rosario Dulcet, militante de la CNT acabaría encabezando el movimiento y en la última asamblea y según el diario de la época El Diluvio, Amalia acusaba de la siguiente manera: “las que aconsejan medios persuasivos están en un error o están afiliadas a un partido político, al cual se pretende dar la paternidad del movimiento (…)

Sin embargo, Amalia Alegre había sabido en todo momento cómo organizar la revuelta engrosando las manifestaciones con los hijos e hijas de las obreras para contener a las fuerzas del orden de una represión violenta. También, había sabido persuadir a camareras y cabareteras de los barrios elegantes bajo la idea de que, si no había dinero para comer, cómo tenían los burgueses dinero para vicio. Los diferentes piquetes informativos se extendieron por Barcelona, las obreras secundaron en masa el movimiento y los hombres también tuvieron que parar en muchas fábricas ante la ausencia de sus imprescindibles compañeras. Incluso los estudiantes amenazaron con apoyar la protesta.

Desde Madrid se sustituyó al impopular Gobernador Civil, Sr. Auñón, por el más diplomático González Rothwos y se declaró el Estado de Guerra mientras algunos comerciantes intentaban esconder “las subsistencias” para poder venderlas más adelante a mejores precios o en la desabastecida Europa… Todos tuvieron que ceder y, finalmente, el nuevo Gobernador aceptó las justas reivindicaciones de aquellas lejanas obreras, cercanas compañeras.

Barcelona volvió así a la normalidad, pero las mujeres habían conseguido mejoras. González Rothwos anunció una serie de medidas para aumentar el abastecimiento de “las subsistencias”, enumerando una lista de precios para esos productos de primera necesidad y las sanciones para los tenderos y comerciantes que encarecieran o escondieran alimentos o carbón. Además, patrullas del ejercito supervisarían en adelante que se cumplieran las instrucciones.

“Los derechos no se conceden, se conquistan”. Noam Chomsky

martes, 21 de abril de 2020

Mujer y Premio Nobel durante la primera mitad del siglo XX

Cinco grandes escritoras que debemos estudiar: Selma Lagerlöf, Grazia Deledda, Sigrid Undset, Pearl S. Buck y Gabriela Mistral.


Detrás del Cristal
Foto: Isabel del Río ©
Que el Premio Nobel de Literatura ha olvidado grandes nombres y ha ensalzado a otros que no lo merecían es un hecho indiscutible. Por ejemplo, el español José Echegaray obtuvo el premio en 1904 mientras que el gran Benito Pérez Galdos moría en 1920 olvidado por la Academia Sueca. James Joyce tampoco recibió el Nobel y seguramente no galardonarán a Umberto Eco. Nadie sabe por qué es Nobel de Literatura Winston Churchill, salvo por defender a Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial, y así podíamos seguir hablando de injusticias y lapsus.

Pero si esto sucede con los varones, con las mujeres la injusticia es exponencial, y más aún en el periodo de tiempo que estamos analizando. Quizás el motivo por el que no siempre figuran los mejores en la lista del “más prestigioso premio literario del mundo” hay que buscarlo en el modo en que se proponen candidatos. El comité Nobel invita por carta a universidades y organizaciones de prestigio para que propongan escritores para el año siguiente y, claro está, en la primera mitad del siglo XX, esas instituciones estaban mayoritariamente en manos de varones que solían olvidarse de proponer escritoras. Aún así tenemos cinco agraciadas:

En 1909, la sueca Selma Lagerlöf recibió el galardón “en apreciación del elevado idealismo, la vívida imaginación y la percepción espiritual que caracterizan sus escritos”. Lo cierto es que Selma Lagerlöf evoluciona la literatura al separarse del realismo y naturalismo, propios de aquel momento, y apostar por descripciones llenas de imaginación y un lenguaje poético que traslada a su clara prosa. Entre sus obras destacan La leyenda de Gösta Berling; El maravilloso viaje de Nils Holgersson; y Jerusalén.

En 1926, la italiana Grazia Deledda fue premiada “por sus escritos de inspiración idealista que con claridad plástica retratan la vida en su isla natal y con profundidad y simpatía tratan los problemas humanos en general”. Su isla natal es Cerdeña y una de sus novelas más famosas es precisamente Fior de Sardegna (La flor de Cerdeña) publicada en 1892.

Sigrid Undset lo recibió en 1928 “por sus poderosas descripciones de la vida del norte durante la Edad Media”. Su trabajo más conocido es Kristin Lavransdatter, una trilogía de novela histórica ambientada en la Noruega del siglo XV.

¿Y qué decir de la escritora estadounidense Pearl S. Buck, Premio Nobel de Literatura de 1938? Es una de mis escritoras favoritas. Sus novelas están ambientadas en China, donde ella pasó muchos años y cuyo idioma dominaba (el mandarín). Destacan East Wind, West Wind, que se publicó en 1930, y la trilogía de The Good Earth (1931), Sons (1932) y A House Divided (1935), que es una bellísima saga sobre la familia Wang. Pearl S. Buck obtuvo el Nobel “por sus descripciones ricas y verdaderamente épicas de la vida campesina en China y por sus obras maestras biográficas”.

Por último, lo recibió en 1945, la chilena Gabriela Mistral “por su poesía lírica que, inspirada por poderosas emociones, ha hecho de su nombre un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano”. Gabriela Mistral es hasta la fecha la única mujer que ha recibido el galardón escribiendo en castellano. ¡Un honor!


lunes, 20 de abril de 2020

Quince Mujeres Impresionistas: Desde Estados Unidos a Polonia pasando por Madrid

El Impresionismo, ese movimiento pictórico y alegre, que prima los temas al aire libre, los colores claros y las pinceladas rápidas, gozo de gran predicamento entre las féminas del siglo XIX y principios del XX. Hoy hablaremos de quince mujeres pintoras que en algún momento de su carrera, sintieron pasión por el movimiento impresionista.


La francesa Marie Bracquemond (1840 –1916) es la más antigua de todas. Se educó en una pintura academicista siendo uno de sus maestros Ingres. Sin embargo, sintió pasión por el impresionismo en cuanto conoció a Monet. Expuso con ellos a pesar de las dificultades que su marido, también pintor y ceramista, le imponía. Uno de sus trabajos más ambicioso fue precisamente en cerámica: los paneles de las Musas del Arte en la fábrica de cerámicas Haviland de Limoges. Óleos muy conocidos son los que se exhiben en el Orsay de París: Tres Mujeres con Sombrillas y La Dama de Blanco. A mí me encanta su obra Los Paraguas (1882).

¿Qué decir de Berthe Morisot (1841-1895)? Provenía de una familia de artistas. Su hermana Edma también era pintora y su hija Julie Manet seguirá los pasos de su madre, aunque con menor éxito. Fue fundadora del grupo impresionista y expuso siempre con ellos. Algunas de sus obras más conocidas podemos encontrarlas en el Museo Tyssen de Madrid: El Espejo Psiqué y Pastora Desnuda Tumbada. 

La estadounidense Mary Cassatt (1844-1926) fue una pintora y grabadora americana que pasó gran parte de su vida en París. Amante del color, como buena impresionista, visitó también España. En Madrid y Sevilla, se dejó seducir por peinetas, mantillas y abanicos. Una de sus obras más conocidas de este periodo es Bailarina Española con Mantilla (1873), que se encuentra en el Museo Nacional de Arte Americano de la Institución Smithsonian.



Lilla Cabot Perry (1848—1933) también nació en Estados Unidos y vivió en París mucho tiempo. Allí fue alumna de Monet, donde realizó retratos y pintó paisajes a la manera impresionista: es decir, rápidas y pequeñas pinceladas en forma de media luna, uso exclusivo de los tres colores básicos más el blanco y el negro y estudio de la luz. Me encantan sus retratos japoneses, especialmente su Joven Japonesa que nos habla del gusto por el arte de Extremo Oriente que compartieron todos los impresionistas y posimpresionistas.

Joven Japonesa de Lilla Cabot 
en la Galerii de Arta

Impresionistas también fueron la belga Anna Boch (1848 - 1936), la pintora de origen español Eva Gonzalès (1849 –1883) o la alemana (nacionalizada suiza) Louise Breslau (1856 – 1927) porque el Impresionismo, como anuncia el título de artículo se extendió por el mundo junto con el inicio de la liberalización femenina, siempre escasa pero colorista, siempre fugaz pero que impregna para siempre la retina.

Anna Ancher (1859 - 1935), fue una artista danesa asociada con el grupo de pintores de Skagen, una colonia de artistas del norte de Jutlandia en Dinamarca. En Copenhague, donde estudió pintura, desarrolló su propio estilo, y allí fue pionera en observar la interacción de diferentes colores a la luz natural. Pintó temas intimistas, sobre las gentes de Skagen, donde hay un museo dedicado a su obra y memoria.



La polaca Olga Boznańska (1865 – 1940) es bastante conocida en su país natal, especialmente en Cracovia. En 1896, el Museo Nacional adquirió la obra de Boznańska, el Retrato del pintor Paweł Nauen y este mismo museo recibió el legado de la pintora tras su muerte.

Inglaterra también tiene una interesante pintora impresionista, Laura Knight (1877 – 1970). Además de los habituales temas impresionistas (paisajes, clubs, vida cotidiana…), ella trabajó el teatro, el ballet y el circo, por lo que fue considerada una discípula de Picasso.

En España, María Luisa Pérez Herrero (Madrid, 1898) tiene una fantástica pero corta carrera, ya que murió con 36 años. Especializada en el tema paisajístico pintó rincones de Brujas, Ámsterdam, Versalles o París, obras que fueron expuestas en 1927 en el salón del Lyceum en Madrid y en 1928 en el Salón de Amigos de Arte. En 1929, viajó a Salamanca donde se deleitó con la luz de la ciudad legándonos una bella serie de la capital charra. En Madrid, existe una calle a su nombre en el distrito de Chamartín.

También podemos citar a la rumana Magdalena Radulescu, que dejó una importante colección artística en España pero que lamentablemente desapareció durante la Guerra Civil o a la estadounidense Henriette Wyeth Hurd (1907-1997) con sus maravillosos bodegones, aunque uno de mis cuadros favoritos de ella es La Granja Brandywine Farm, absolutamente enigmático y fascinante. Pero es que la asociación de Impresionismo y Mujer llega a Finlandia con Tove Jansson (1914 - 2001) o a nuestros días, con la polaca Barbara Jaskiewicz-Socewicz.


sábado, 11 de abril de 2020

La pintora Marcelina Poncela es la Joaquín Sorolla de Valladolid


Pocos conocen a la vallisoletana Marcelina Poncela Hontoria (1864 – 1917) y sin embargo todos conocen a su hijo, el escritor Enrique Jardiel Poncela… Una vez más constatamos las dificultades que las mujeres tienen para aparecer en los libros de divulgación y para que su nombre y obra no sean borrados por el paso del tiempo.


Marcelina Poncela nace en
C/ Vega 18 de Valladolid.
Foto: Isabel del Río ©
Marcelina Poncela gozó en vida de fama en su Valladolid natal y en los círculos artísticos de Madrid, donde dio a conocer su obra en los concursos anuales de la Escuela de Bellas Artes y en las Exposiciones Nacionales. En Valladolid obtuvo, en 1885, una beca de la Diputación con intervención de la Academia de Bellas Artes y otra del Ayuntamiento en 1889. Un año antes, había obtenido el premio de primera clase de la Academia por uno de sus trabajos más conocidos, el óleo titulado La Capilla de la Aldea. Además, la hemeroteca del Norte de Castilla guarda numerosos artículos y reseñas que el periódico le dedicó, siempre elogiosos, por sus exposiciones. En Madrid, expuso con asiduidad en el Círculo de Bellas Artes, donde su acuarela En el Campo tuvo eco nacional; fue reconocida y aceptada por los artistas varones de la Escuela Pictórica de la Pumariega, posteriormente Colonia Artística de Muros de Nalón (1884 – 1890), dirigida por Casto Plasencia; y se ganó la vida con su pintura y sus clases.

Marcelina Poncela Hontoria nació en la primavera de 1864 en la calle Vega nº 18 de Valladolid. Puede que para los lectores este dato no signifique nada pero para quien está escribiendo resulta asombroso porque ha vivido, precisamente, en la calle Vega nº 18 durante años... y años ha tardado, igualmente, en conocer la importancia de la obra de la pintora que nos ocupa; no así la literaria de su hijo, ampliamente renombrado. Pero si el hijo es interesante, la madre también lo es aunque el tiempo haya olvidado su nombre.

Alumna de Carlos Haes e integrante de la Colonia Artística de Nalón, gran parte de sus obras se pueden clasificar como posimpresionistas y luministas, dentro de un estilo que compartía con el valenciano Joaquín Sorolla o con el orientalista Mariano Bertuchi. Como a tantos y tantas artistas de la segunda mitad del siglo XIX, a Marcelina Poncela le fascinaba la pintura al aire libre: paisajes del Norte de España, de Castilla e incluso, de otros países (óleo titulado Cercanías de Vriesland en Holanda, en el catálogo de la Real Academia de la Purísima Concepción de Valladolid. Eran los plenairistas, los nuevos artistas que podían salir a pintar fuera de su taller gracias a las pinturas ya fabricadas que habían comenzado a venderse en las droguerías con el advenimiento de la Revolución Industrial. Atrás habían quedado los tiempos en que era necesario pintar rodeado de ayudantes que mezclaban pigmentos y elaboraban barnices. Así, el campo y las calles se convierten en los temas preferidos, los que compran las clases medias que se acababan de incorporar al mercado del arte gracias a las nuevas ferias y exposiciones.

Sin embargo, la luz española, fuerte y marcada, es muy diferente a la luz francesa impresionista. El luminismo español capta estos bruscos contrastes de luz con una pincelada suelta y composiciones de gran armonía, que combinan el realismo con una visión poética de la naturaleza. Marcelina Poncela, después de casada y ya madre, pinta no sólo el paisaje de Quinto de Ebro, donde comienza a veranear la familia, sino sus gentes, juegos y descansos (No Vienen! de 1888). Testigo de aquellos románticos paseos de la España decimonónica que sepultó la Guerra Civil, pues aquellos idílicos parajes serán posteriormente escenario de la Batalla del Ebro.

También cultivó el dibujo floral, con múltiples ejemplos no sólo de técnica al óleo o a la acuarela sino con pastel y lápiz conté, incluso podemos encontrar caricaturas (parece que el sentido del humor le venía a su hijo de la parte materna) como la Escena Galante de 1890 donde una remilgada señorita de la Restauración coquetea inocente con un burro vestido de rico prohombre.

Importante es el óleo de 1890 donde retrata a la Reina Regente Dª Mª Cristina con su hijo Alfonso XIII niño, que se conserva en el Ayuntamiento de Valladolid. Como era frecuente entre los artistas de la época, realizó el retrato en base a una fotografía de periódico. El contrate entre blancos y negros es muy marcado y su manejo de los blancos (el color más difícil de usar con acierto en pintura) es brillante, tan brillante como el de su homólogo valenciano ya citado anteriormente.

La Reina Regente Dª Mª Cristina
con Alfonso XIII niño de Marcelina Poncela.

La Asociación Aragonesa de Críticos de Arte publicó en septiembre de 2017 un artículo con obras de sus veraneos en Quinto, lugar de donde era natural su esposo. Me ha llamado poderosamente la atención, por su fuerza y pincelada libre, el óleo titulado Paisaje con Acequia de 1900.

Y es que Marcelina Poncela entra también en el siglo XX y sus obras se llenan de nuevas influencias, por ejemplo la Modernista de su bellísimo cuadro Mis Muñecos de 1904, donde apreciamos de nuevo su capacidad para manejar los deslumbrantes vestidos blancos de las intemporales niñas de rostros etéreos.

Marcelina Poncela Hontoria murió en Quinto de Ebro en 1917 a consecuencia de un tumor en el intestino. Tenía 52 años.

R.I.P.

La vallisoletana Dolores Cid ha grabado este video dentro del Congreso Xéneros, Museos Arte e Educación:


Son importantes iniciativas de grupos que buscan la recuperación del pasado femenino, reiteradamente olvidados por los programas oficiales de nuestra Enseñanza Secundaria y Bachillerato. Iniciativas en las que veo que no aparece la Universidad de Valladolid, donde estudié yo también.

A Marcelina Poncela también la dedica un reconocimiento la Asociación Española de Pintores y Escultores ya que fue una de las cinco mujeres que apoyaron esta importante fundación: ella fue la socia número 29.

jueves, 9 de abril de 2020

La bandolera Pepa a Loba, símbolo romántico de libertad y rebeldía

A nuestros decimonónicos abuelos les gustaban los bandoleros. Bajo el sol de justicia de Castilla, recorriendo angostos valles gallegos, sin haber cobrado el jornal del señorito… nuestros resignados abuelos soñaban y fabulaban. Creaban románticas historias de hombres sin miedo, que se enfrentaban a los ricos para favorecer a los pobres, que eludían la injusta justicia y que vivían libres: ansiaban conocer un bandolero.


También soñaban las abuelas, también anhelaban libertad.

Una luz en la oscuridad
Foto: Isabel del Río ©
La leyenda de Pepa a Loba entra en la historia gracias a Concepción Arenal, quien la conoció en la cárcel de Coruña. Concepción Arenal, abogada y feminista, periodista y escritora, defensora de los derechos de los más desfavorecidos y, sobre todo, luchadora, había sufrido en sus propias carnes la opresión a la que se sometía a las mujeres a mediados del siglo XIX. Tuvo que disfrazarse de hombre para poder estudiar Derecho y, una vez descubierta y “perdonada”, continuar la carrera bajo un ritual de discriminación que la obligaba a asistir a las clases separada de sus compañeros y mantenerse aislada en un cuarto durante los descansos entre clases. Es lógico que se sensibilizara con el caso de Pepa a Loba, en quien confluyen los múltiples problemas que padecían las huérfanas.

Pepa a Loba nació en algún lugar de Pontevedra, tal vez en la parroquia de Couso o tal vez en la de Amoedo y vivía con su madre, “La Falucha”, en una humildísima morada que carecía hasta de cama. Como tantas niñas y niños pobres, empezó a trabajar antes de tener recuerdos y cuidaba las ovejas de su malvada tía Dorinda. Y como tantos niños y niñas pobres, en una fría noche tuvo que enfrentarse a un lobo que asaltó su rebaño. Se enfrentó a palos con ayuda de su perro Lueiro, y quedó herida y con el apodo que la acompañaría de por vida.

Si el comienzo del cuento asusta, la continuación aterroriza. A su madre la violan y muere, su tía Dorinda la maltrata, la acusan del asesinato de un tendero, acaba en la cárcel de Mondoñedo y después en la de Coruña… ¿Leyenda? Hay pocos datos históricos sobre Pepa a Loba, Concepción Arenal la conoció en la cárcel y se tiene constancia de que junto a su cuadrilla asaltó la casa de la rica María Paula, hoy Museo Pazo da Cruz, donde se han encontrado dos revólveres del siglo XIX en una reciente restauración que, parece, se usaron para defenderse de los continuos ataques de la bandolera. Pero aunque parte de su biografía no sea cierta o que, incluso, su personaje sea un sumatorio de vidas de varias bandoleras, lo cierto es que el destino de las mujeres pobres no solía ser mejor que el cuento que nos ocupa.

Pepa a Loba, harta de humillaciones, se rebeló. Consiguió escapar de la cárcel y montar una cuadrilla con quienes asaltaba a los ricos y, especialmente, a curas y rectorías. Dicen que la rica María Paula daba cuatro panes y dinero a Pepa a Loba cuando aparecía por su pazo, con esto se conformaba nuestra protagonista, tal era la vida de pobreza que había llevado, que llevaban las mujeres humildes, que el pan era un bien preciado. Por supuesto ayudaba a los pobres, por supuesto se enfrentaba en los caminos con mil peligros, por supuesto su leyenda se extendía por Galicia como un viento libertador. Y se la vio en el norte de Lugo y se la esperaba en Santiago, una nueva Reina Lupa*, una nueva justiciera contra la opresión de los caciques.

Dicen que murió asaltando una rectoría; otros dicen que sigue viva, que está en los bosques y que al anochecer aún se pueden oír los ladridos de Lueiro y que el aire trae entonces un olor a lavanda que indica que está cerca, casi llegando.


*La reina Lupa aparece en el Códice Calixtino del siglo XII. Era una dama gallega, con dragón incluido y acceso al infierno, en cuyas propiedades fueron depositados los restos del apóstol Santiago. Después de grandes aventuras acabó convirtiéndose al cristianismo y está representada en la Fonte do Carme de Padrón (A Coruña).

miércoles, 8 de abril de 2020

Occidente impone el patriarcado en Tahití en el siglo XVIII: las reinas Purea y Pomare IV


La reina Purea gobernaba Tahití a mediados del siglo XVIII. A ella se enfrentó el teniente británico Samuel Wallis, y así consta en sus registros, y con ella contactó la tripulación del buque de investigación HMS Endeavour, capitaneado por James Cook, en la primavera de 1769, sentando las bases para el futuro establecimiento de la dinastía Pomare en la isla. La reina Pomare IV, la Devoradora de Ojos, nos es bien conocida como aliada del Imperio Británico contra la colonización francesa, cien años después de aquella primera visita de carácter científico de Cook, Green y Solander.


"La Mujer que Camina"
Foto: Isabel del Río ©
Tahití y lo que hoy en día conocemos como Polinesia Francesa era un territorio totalmente desconocido para Europa en el siglo XVIII. El primero que había dado noticias de su existencia, había sido el explotador español Pedro Fernández de Quiros en 1606, pero hasta la llegada de Samuel Wallis permaneció ajena a la colonización. Cuando Samuel Wallis, a bordo de la HMS Dolphin, una fragata de 24 cañones, hizo presencia en Tahití, fue precisamente una mujer la que dirigió el ataque en defensa de su sagrado territorio. Ella era la jefa de tribu Purea, jefa antes de la llegada de la patriarcal cultura de la Europa de la preindustrialización.

¿Por qué Purea atacó a Wallis cuando el 19 de junio de 1767 avistó la isla? Dos años después, el científico James Cook describiría a sus habitantes como gentes pacíficas, tranquilas y alegres. La respuesta es obvia: Wallis iba a bordo de un barco militar y los tahitianos lo percibieron como una posible agresión. Ahora bien, aquella sociedad dividida en clanes, cuyos jefes (o jefas) creían descender de los dioses y estar investidos de un mana o poder sagrado que los elevaba sobre sus vecinos, no tenían reparos en otorgar el mando militar a mujeres, como sí sucedía en Europa y por tanto y en una primera aproximación al tema, podemos decir que, cuanto menos, tenían una sociedad más igualitaria que la que pretendían imponer los hombres de la Ilustración.

Además, aunque poseedores de mana, los jefes y jefas de los clanes no poseían un poder absoluto en caso de guerra. En sus marae o lugares de reuniones religiosas y políticas debían pactar con los nobles, entre otras acciones, las operaciones bélicas. La reina Purea tuvo por lo tanto el apoyo del resto de nobles para atacar a Samuel Wallis y posteriormente, cuando los tahitianos comprobaron la superioridad militar de los británicos, que bombardearon la costa, la respaldaron para que dirigiera las misiones de paz que se llevaron a cabo: procesiones, entregas de flores, y ritos de sumisión. Wallis partió pronto de Tahití, en realidad él no estaba interesado en la isla ya que su misión era dar la vuelta al mundo, pero Europa ya conocía a Purea y comenzaba a elaborar su fantástica leyenda: la de una mujer, siempre excepcional y única a los ojos de los patriarcales colonizadores, que se enfrentaba, de forma anómala y a falta de hombres tahitianos con valor, al poderoso ejército británico. Europa nunca se planteó que las estructuras sociales de aquellos “exóticos” lugares eran diferentes a las de ellos. ¿Cómo se lo iban a plantear si tampoco aceptaban que la sumisión de las mujeres occidentales había ido en aumento a medida que se reforzaban las estructuras capitalistas de competencia y división social? ¿Cómo se lo iban a plantear si estaban iniciando el arduo proceso de silenciar a toda mujer Europea que destacara o hubiera destacado?

Cuando James Cook arribó a la isla dos años después, con la intención de observar a Venus desde aquellas latitudes y de estudiar la flora y fauna, describió una sociedad diferente. Desde luego, no se detuvo en estudiar el papel de las mujeres, pero sí habló de un mundo pacífico, casi utópico, del “buen salvaje” de Rousseau, fruto de una sociedad sin industrializar. Así, llegaron a la conclusión de que la industrialización corrompía pero nunca concluyeron que la primera corrupción había sido la invisibilidad a la que venían sometiendo al género femenino, en un proceso lento, que comienza en el siglo XIV, después de la Peste Negra y que tiene su origen en el Imperio Romano, un absoluto patriarcado sin paralelo entre sus contemporáneos “bárbaros” y que la Alta y Plena Edad Media contestaron gracias a la influencia que estas sociedades bárbaras ejercieron después de la caída de Roma en el siglo V y hasta la Baja Edad Media, que se inicia con la citada Peste Negra.

La sociedad precolonial de Tahití siguió existiendo hasta la llegada de los franceses, que en 1843, declararon allí un protectorado y establecieron un gobernador en Papeete. En este momento y curiosamente (¿o no es tan curioso?) otra mujer entra en escena, la reina Pomare IV, la Devoradora de Ojos (un apodo que tampoco habla de la bonita sumisión que debe tener una mujercita), quien solicita ayuda a la reina Victoria de Inglaterra contra Francia. Gran Bretaña se limitó a condenar la invasión pero aún así comenzaron las guerras franco-tahitianas (de 1843 a 1847) que desangraron Tahití pero que también diezmaron a las filas francesas.

Después de la derrota del Fuerte Fautaua, la reina Pomare IV tuvo que capitular. Sin embargo y gracias a su resistencia y habilidades diplomáticas, los tratados de paz no fueron implacables con ella ni con su reino. Ella continuó siendo reina bajo administración francesa durante treinta años y sus aliados de Bora Bora, Raiatea y Huahine independientes.

Una vez más y como venimos demostrando, artículo tras artículo, en esta pequeña Enciclopedia de Mujeres de Isabel del Río, en todos los tiempos, lugares y culturas, las mujeres han tomado un papel activo en las sociedades que vivieron, un papel que suele ser más evidente cuando las estructuras políticas y legales son de carácter más igualitario; y roles invisibles, aunque igualmente activos, en sociedades de marcado carácter patriarcal. Sin embargo, el brutal patriarcado que se ha impuesto desde el triunfo de la Revolución Francesa, acompañado del establecimiento de la sociedad burguesa, ha manipulado los hechos otorgando logros femeninos a varones que recibían premios Nobel a costa del trabajo de ellas https://enciclopediamujeres.blogspot.com/2020/04/mujeres-silenciadas-en-la-biologia.html , ocultando con pintura las firmas de artistas del Renacimiento https://enciclopediamujeres.blogspot.com/2020/03/el-norte-de-castilla-entrevista-isabel.html o sacando de los libros de texto de Secundaria y Bachillerato cualquier referente femenino https://enciclopediamujeres.blogspot.com/2020/03/isabel-del-rio-esteban-explica-el-papel.html

Afortunadamente, muchas mujeres seguimos trabajando en recuperar nuestro verdadero pasado pero este trabajo debe reflejarse en los programas de educación para que las nuevas generaciones no crezcan sin referentes femeninos.

© Artículo de atribución obligatoria. Registrado en Safe Creative.

Purea y Njinga - CC by-nc-sa 4.0 - María Isabel del Río Esteban

lunes, 6 de abril de 2020

Njinga Mbande, reina de Angola que luchó contra la colonización europea en el siglo XVII


Njinga Mbande, también conocida como Ginga, Nzinga o Anna de Sousa, fue reina de Angola durante más de 40 años y su historia ejemplifica la conquista del continente africano por los europeos durante los siglos XVI y XVII; la oposición de los africanos y africanas al dominio foráneo; y el papel activo de las mujeres oponiéndose a la conquista y a la sumisión.


Museo del Hombre de París
Foto: Isabel del Río ©
Njinga Mbande (1583 – 1663) era hija del rey Mbandi Ngola Kiluanji; es decir su dinastía era la Ngola (Angola) y ésta es la palabra con la que los portugueses denominaron a los territorios del sudoeste de África que pretendían expoliar. Llegaron en 1575 en busca de oro y plata y desde el principio, se encontraron con la férrea oposición de la dinastía Ngola*: primero del padre de Njinga, y después de su hermano y de ella misma.

Las sociedad Mbundu, a la que pertenecía Njinga, siempre ha sido matrilineal, ellas heredan la tierra y organizan las aldeas y, como podemos constatar en el caso de Njinga, también luchaban, codo con codo, en el ejército. Así, la futura reina de Angola ya gozaba de gran prestigio militar en vida de su padre y junto a él había luchado contra el vecino pueblo Bakongo por conflictos territoriales y contra Portugal por el control del comercio de la región. Además también había demostrado ser una hábil diplomática, conocedora de las costumbres e idiomas europeos que había aprendido con misioneros.

Cuando el rey Mbandi Ngola Kiluangi murió en 1617 se desató la lucha por la sucesión entre sus dos hijos. Ngola Mbandi, hermano de Njinga, se hizo momentáneamente con el poder e incluso ejecutó al hijo de Njinga, pero sus apoyos eran débiles y más cuando los portugueses empezaron a infringir derrotas a su ejército. Asustado, llamó a su hermana para negociar un tratado con Portugal.

La hábil princesa consiguió que los portugueses se retiraran de los dominios familiares (Ndongo) y reconocieran su soberanía. A cambio, ella acepto abrir rutas comerciales con Portugal y bautizarse con el nombre de Anna de Sousa. Pero este valioso tratado se incumplió pronto por ambas partes: los portugueses capturando esclavos que llevaban a sus plantaciones de Brasil y Njinga conspirando con los holandeses para formar un ejercito conjunto y derrotar a los lusitanos, cosa que ocurriría en Ngoleme y en Massangano años después.

Njinga tenía cada vez más partidarios entre la aristocracia de Ndongo, la guerra con Portugal proseguía y era evidente que su hermano era poco competente. En 1624, murió en extrañas circunstancias y ella asumió el control como regente de su sobrino Kaza, pero dos años después ya se hace llamar “Reina de Andongo”.

En 1647, los portugueses ocuparon Luanda, la capital, y Njinga se retiró a Matamba, reino vecino donde se hizo dueña de la situación capturando y haciendo prisionera a la también reina Mwongo Matamba. Desde aquí, Njinga continuaría resistiendo a Portugal durante más de dos décadas.
Como reina indiscutida, Njinga organizo el ejército y la defensa: trincheras, cuevas ocultas, tácticas guerrilleras, moderna intendencia… Pero también se preocupó de ganar prestigió y por un decreto estableció que su reino sería un refugio seguro para los esclavos que huían de los europeos.

En 1657, un nuevo tratado ratificado en Lisboa por el rey Pedro VI, devolvía los reinos Ndongo y Matamba a Njinga. Ahora se dedicó a la administración de ambos territorios: reorganizó la agricultura y el reparto de tierras; promovió la natalidad y la inmigración desde otros reinos vecinos; y convirtió a Angola en el enclave comercial más importante del Atlántico Occidental en África.

Njinga murió con más de ochenta años pacíficamente en Matamba. Superó traiciones e intentos de asesinato y creó una leyenda que llegó a Europa. Así, grandes crueldades y excesos sexuales se contaban sobre ella, unos excesos de los que se hizo eco hasta el propio Marqués de Sade en “La Filosofía del Tocador”.

Sin embargo, lo que sí es cierto es que las mujeres gobernaron Angola en el siglo siguiente y participaron activamente en todos los campos de la economía y cultura; y que la colonización de Matamba no se pudo completar hasta finales del siglo XIX.

*Ngola es también el término que designa a la persona que porta la corona real.

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Purea y Njinga - CC by-nc-sa 4.0 - María Isabel del Río Esteban

domingo, 5 de abril de 2020

Una mujer introdujo en Europa el primer tratamiento contra la malaria o paludismo


Chinchón es un bello pueblo de la provincia de Madrid. Atesora arte y anís y el cine lo ha hecho famoso gracias a su bella plaza. Pero si caminamos, despacio, por sus calles empinadas encontraremos una estatua a la memoria de su Condesa, una mujer interesante desde un punto de vista científico y humano.


Chinchón rinde homenaje a su Condesa
Foto: Isabel del Río ©
Era el siglo XVII, durante el reinado de Felipe IV de España, cuando Francisca Henríquez de Rivera viajó a la América española para acompañar a su marido, don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, IV Conde de Chinchón y Virrey de Perú. Era una mujer culta, se sabe que aficionada a la poesía, y curiosa. En lugar de permanecer invisible en su palacio de cristal, visitaba la región y aprendía de aquella nueva sociedad. En un viaje por los valles costeros peruanos, enfermó. Las fiebres eran altas y los tradicionales remedios castellanos que la aplicaban no efectuaban mejora alguna.

El corregidor de Loja, Juan López de Cañizares, informó al médico de palacio, doctor Juan de la Vega, que los nativos curaban las fiebres tercianas con un remedio elaborado con la cascarilla de la corteza de la quina. El médico dudo un tiempo en tratar a su ilustre enferma con aquellos “polvos”. Pero el estado de la Virreina se agravaba por momentos y ella, mujer valiente y sin prejuicios, exigió tomar la nueva medicina. Pronto empezó a mejorar.

La Condesa de Chinchón era también generosa y decidió difundir aquella cascarilla (así la llamaban) por todo el Imperio Español. Pronto la corteza del árbol de la quina entraba por el puerto de Sevilla de la mano de los jesuitas y la corona organizaba su renta. Europa se beneficiaría durante siglos de las propiedades antipiréticas, analgésicas y antipalúdicas de este alcaloide blanco y cristalino.

En honor a la Condesa, el gran naturalista Carl Linneo bautizó a esta especie del género de las Rubiáceas: Cinchona. Las principales especies son la Cinchona succirubra (quina roja), Cinchona officinalis, Cinchona calisaya (quina amarilla) y Cinchona ledgeriana.

En el herbario del Real Jardín Botánico CSIC de Madrid está catalogado el primer ejemplar que trajeron a España. El “tipo” es un pliego en dos dimensiones y con los datos del día de su recogida.

En definitiva, el siglo de Oro Español se va llenando, poco a poco, de nombres femeninos.

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Mujeres que han contribuido al desarrollo de la cultura y la ciencia - CC by-nc-sa 4.0 - María Isabel del Río Esteban

viernes, 3 de abril de 2020

Mujeres silenciadas en la Biología Molecular: Rosalind Franklin, Esther Lederberg, Martha Chase y Tsenuko Okazaki


Silenciadas en la historia, el arte, la política, los negocios y la escritura, la ciencia tampoco ha sido generosa con el género femenino borrando su participación en un mundo, el científico, destinado a servir a la humanidad (a toda). Los casos de Rosalind Franklin, Esther Lederberg, Martha Chase y Tsenuko Okazaki son buenos ejemplos para entender como se oculta el trabajo femenino dentro del patriarcado.


Vidrieras Catedral de Cuenca
Foto: Isabel del Río ©
Durante décadas hemos estudiado que Watson y Crick descubrieron la estructura del ADN. Sin embargo, su trabajo se basó en el de Rosalind Franklin, cristalógrafa del King’s College de Londres y experta en la técnica de difracción de Rayos X. Sin las imágenes que ella obtuvo en el laboratorio, ellos nunca hubieran podido publicar su propuesta de estructura en doble hélice de la molécula de ADN en la revista Nature (1953) ni obtener, junto a Wilkins, el Premio Nobel de Medicina (1962).

¿Fueron generosos con Rosalind Franklin? Sólo la nombraban en el último párrafo de la publicación para agradecerle sus resultados experimentales “no publicados”. ¿Eran buenos compañeros de trabajo? El ambiente del King’s College humillaba a las mujeres: Crick escribió que ella no podía tomar café en la sala de profesores porque estaba reservada a los hombres y Watson opinaba que en el laboratorio, las mujeres debían estar a las órdenes de un varón. ¿Hemos superado esta “segregación” en los últimos sesenta años? Rosalind Franklin sigue sin aparecer en los libros de texto de los estudiantes de secundaria y bachillerato y, por tanto sigue estando silenciada.

Esther Lederberg, de soltera Esther Miriam Zimmer, desoyó a sus profesores de Nueva York cuando la persuadían de estudiar botánica y no bioquímica, una carrera poco apropiada para una chica. Sin embargo, sus descubrimientos en el campo bacteriológico han sido fundamentales para el desarrollo de la medicina y la biología molecular aunque sólo recientemente su nombre empieza a ser conocido por el gran público porque, durante años, gran parte de su trabajo era atribuido a su marido Joshua Lederberg, quien recibió el Premio Nobel de Medicina en 1953 compartido con George W. Beadle y Edward Lawrie Tatum, nunca con Esther.

En 1952, el equipo de investigación formado por el doctor Alfred Hershey y Martha Chase lograban convencer a la comunidad científica que el ADN es la base del material genético y no las proteínas, que eran las que hasta ese momento y desde la época de Phoebus Levene se estudiaban por su mayor complejidad. El ADN se consideraba una molécula demasiado "simple".

El experimento se conoce como "experimento de Hershey y Chase" pero en 1969, Alfred Hershey recibía el Premio Nobel de Fisiología en solitario.

Tsenuko Okazaki ha sido la primera mujer profesora en la Universidad de Nagoya (Japón). Junto con su marido Reiji, ha descubierto los fragmentos de Okazaki y contribuido a explicar la replicación de ADN. Ella sí ha recibido un importante premio en el año 2000: el premio L'Oreal-UNESCO a Mujeres en Ciencia. ¡Y hay quien dice que no son necesarios los cupos!

Vidrieras Catedral de Cuenca
Foto: Isabel del Río ©
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miércoles, 1 de abril de 2020

Catedráticas del Renacimiento: Beatriz Galindo, Juana de Contreras y Lucía Medrano


Beatriz Galindo, Juana de Contreras, Lucía Medrano, Isabel del Vergara, Isabel Joya, Ana Osorio, Catalina Pacense... La lista de mujeres en las universidades castellanas del Renacimiento es extensa y es preciso investigar más para ampliarla.


Isabel la Católica.
Foto: Isabel del Río ©
Luces y sombras… El reinado de Isabel I de Castilla, como cualquier reinado, contiene momentos que admiramos y otros que deploramos. Sus admiradores focalizan los primeros y sus detractores los segundos, pero nadie niega que fue un periodo interesante de la historia, no sólo castellana sino universal, ni que sea excitante su estudio: son los inicios del Renacimiento en España.

Entre las luces, siempre se destaca la obra cultural de Isabel. La reina católica admiraba la pintura flamenca, y fue una gran coleccionista de arte; estudiaba las obras clásicas, y llegó a poseer una importante biblioteca; y protegía la música, que enseñó a sus hijas. Fue una mujer que se rodeó de un ambiente humanista y que admiraba el saber, como fuente infinita de placer, menospreciando disfrutes momentáneos como la bebida o el juego. En su Corte se repetía: “Jugaba el rey, éramos todos tahúres, estudia la reina, agora somos todos estudiantes”.

Pero Isabel presenta una particularidad en su visión del mundo, una particularidad que otras políticas poderosas de siglos posteriores no han compartido: veía a las mujeres como iguales a los hombres y el famoso “monta tanto, tanto monta…” lo aplicó también a la unidad y colaboración entre sexos y géneros en su Corte.

Siempre estuvo rodeada de importantes consejeras, la más conocida es Beatriz de Bobadilla, y apoyó la labor religiosa de otras, por ejemplo de Beatriz de Silva. De la confianza que depositó en Beatriz Galindo, más conocida como La Latina, hay múltiples testimonios que no sólo hablan del trabajo educativo que esta culta mujer ejercía en la Corte sino también del diplomático. Era traductora de documentos y custodia de los mismos. El emperador Carlos V es a ella a quien primero visita cuando llega a España. Beatriz Galindo guardaba para él un cofre, que le entrega, con documentos de vital importancia para Castilla. Hoy en día, su cargo se denominaría: Jefa de los Servicios Secretos.

Beatriz Galindo fue probablemente profesora en la Universidad de Salamanca y sin lugar a dudas, tutora de cinco reinas (la propia Isabel y sus cuatro hijas). Pero la lista de mujeres que estudiaban en las Universidades de Castilla en aquel entonces es larga. La reina apoyaba, como mecenas y con su ejemplo, y el nuevo humanismo dejaba atrás los prejuicios de la escolástica contra el género femenino.

Juana de Contreras, alumna de Lucio Marineo Sículo, entró en el denominado debate filosófico y político de la época, la querella de mujeres, defendiendo la igualdad por naturaleza de hombres y mujeres. En 1504, discutía precisamente con su maestro sobre lo que hoy en día llamaríamos lenguaje no inclusivo, reivindicando para ella el femenino y no su inclusión como “héroe” ya que era una mujer (en latín, herois, era lo correcto para ambos sexos, pero ella quería usar: heroína).

Podíamos también hablar de Isabel del Vergara, Isabel Joya, Ana Osorio, Catalina Pacense… Pero nos detendremos para finalizar en Lucía Medrano (Luisa Medrano), catedrática en Salamanca y silenciada en siglos posteriores y todavía hoy en día, cuando aún se publican artículos en periódicos que dudan de su existencia, algo que nunca hizo Menéndez Pelayo.

El citado catedrático renacentista Lucio Marineo Sículo la conoció y escribió elogiosamente sobre ella en su obra “De las cosas memorables de España”, en la edición de 1530.

¡Silencios interesados!

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viernes, 27 de marzo de 2020

La Malinche, ¿traidora o rebelde?

La Malinche, aquella bella náhuatl que sirvió a Hernán Cortés como traductora y que acabaría teniendo un hijo con él, es considerada por algunos como una traidora a sus orígenes y al pueblo mexicano, y por otros como símbolo de la mezcla de culturas que se iniciaba en los albores del Renacimiento, tras el descubrimiento de América. Pero ¿quién era en realidad La Malinche?

Según Bernal Díaz del Castillo, cronista de Hernán Cortés, su padre era cacique de un pueblo llamado Copainalá, cerca de la actual Veracruz y fue llamada Malinalli en honor de la Diosa de la Hierba. Debió tener una infancia feliz hasta que su padre murió y su madre se volvió a casar. Este padrastro vendió a la niña a unos traficantes y ella acabó de esclava de un cacique maya de Tabasco: ¡Una tragedia!

Pero Malinalli demostró interés por sobrevivir desde un principio. Inteligente, aprendió el idioma maya y ya era bilingüe cuando conoció a Hernán Cortés; es decir, su cerebro ya estaba preparado para pensar en varias lenguas y para entender múltiples sonidos orales: los de su materno náhuatl y los del maya.

No sabemos qué pensaba Malinalli el día que se encontró con los conquistadores españoles. ¿Sentía que debía fidelidad a su original pueblo náhuatl y al maltrato que había recibido de su familia? Parece improbable. ¿Admiraba a los mayas que la habían esclavizado? También es dudoso. ¿Qué la parecieron aquellos guerreros españoles que acababan de vencer en la batalla de Centla (14 de marzo de 1519)? Seguramente no la causaron buena impresión. Ella, junto con otras 19 mujeres, fue ofrecida como botín de guerra a Hernán Cortés, quien la ignoró en un primer momento. No sabemos qué pensaba pero sí cómo actúo y enseguida destacó sobre las otras esclavas y se hizo imprescindible entre aquellos hombres de ambición desmedida.

Guadalupe (España). Fuente con la pila que se usó para bautizar a los
primeros nativos de América que vinieron con Colón.
Foto: Isabel del Río ©
Cortés la entregó al capitán Hernández Portocarrero, pero cuando supo que aquella nativa hablaba náhuatl, el idioma de Moctezuma II, emperador de los mexicas, decidió aprovecharse de su talento y comenzó a admirar a aquella extraña mujer que pronto aprendería también castellano. Durante años no se separó de ella y la bautizó como Marina, doña Marina a partir de aquel momento, y le construyó una casa en Coyoacán, muy cerca de la capital azteca. Algunos testigos, como Rodríguez Ocaña, afirmaron que el éxito de los pactos con las poblaciones autóctonas se produjo gracias a la gestión de doña Marina que, además, asesoraba sobre las costumbres vernáculas y los modos sociales.

Cortés y sus capitanes, todo aquel ejército de recién llegados, tenían un único objetivo: oro. Y el tan pregonado oro que iba a crecer en los árboles en aquel nuevo continente no aparecía por ninguna parte, al menos no en las cantidades esperadas. ¿Cómo podía Cortés hacer interrogatorios adecuados sin la ayuda de doña Marina?

El 8 de noviembre de 1519, Hernán Cortés entraba en Technotitlán, la Venecia de América, para entrevistarse con Moctezuma II, doña Marina iba a su lado. El Lienzo de Tlaxcala nos da una idea de cómo debió ser aquel encuentro. En el lienzo, el conquistador se dirige al emperador de los aztecas teniendo muy cerca de su oído a doña Marina, su traductora y consejera. Es una fuente interesante, también otros dibujos de la época en que doña Marina negocia en nombre de España sin Cortés; es decir, llegó a ser una embajadora y ya no sólo una consejera.

Después se casó con Juan Jaramillo y tuvieron una hija, María, pero Cortés siempre la necesitó y la volvería a llevar consigo para calmar una rebelión que se produjo en Honduras en 1524.

Malinalli, doña Marina, la Malinche… tantos nombres como espejos tiene su sombra, la sombra de una superviviente cuya trágica vida no comprendemos. Se salvo gracias a su facilidad para las lenguas pero también a su astucia e inteligencia. Algunos la hacen responsable de la matanza de los Cholultecas; otros de ser una espía de Cortes en Tenochtitlán; pocos se hacen eco de su maltrato, del manoseo al que la sometieron desde ambos continentes, ésos que baña el Océano Atlántico. Dicen que Marina era de todos sus nombres el preferido, y lo cierto es que es la mar que viene y va fue su destino.

Muchos historiadores afirman que murió de viruela hacia 1529 pero recientemente se han encontrado cartas por las que se sabe que aún estaba viva en 1550.
Guadalupe (España). Monumento al descubridor
Foto: Isabel del Río ©

jueves, 26 de marzo de 2020

La bruja Alice Kyteler y el comienzo de la persecución femenina medieval

Alice Kyteler, la primera bruja condenada por herejía en 1324, era una mujer independiente y con negocios. Las acusaciones de su envidioso entorno recorrieron Europa y llegaron a oídos del Papa Juan XXII quien incluyó la brujería en la lista de herejías. Hasta entonces, la brujería era considerado un pecado leve por la Iglesia.


Brujas en Irlanda.
Foto: Isabel del Río ©
Alice, de la casa de Kyteler, era bella y de dulce sonrisa. Había nacido un otoño gótico en Kilkenny, en la misteriosa Irlanda, a orillas del río Nore, en los lejanos tiempos de la Séptima Cruzada.

Era hija única de un matrimonio adinerado, que negociaba con paños y poseía una buena cabaña ovina y su madre, de ascendencia normanda, mantenía la idea de que las mujeres debían poseer una buena educación. Eran ellas quienes regentaban las haciendas en las largas ausencias de sus maridos, ocupados en guerras o en lejanos negocios. Alice, aprendió así idiomas, música y seducción y a los catorce años estaba preparada para enfrentarse al mundo, un mundo que pronto la iba a odiar.

Su primer marido, William Outlaw, la adoraba. Y no sólo estaba enamorado de su dulce sonrisa sino de su buen hacer en los negocios. Alice dirigía una posada y prestaba dinero con acierto, engordando la bolsa familiar. Tuvieron un hijo, también llamado William, era la viva imagen de su orgulloso padre pero escondía el corazón de su madre… Siempre fue el favorito de ella.

Fue un día triste cuando su primer esposo murió inesperadamente. El entierro fue ostentoso, se celebró en la Catedral de Canice y asistió el canciller del rey de Irlanda, hermano del difunto, también enamorado de Alice en secreto. Las gentes de Kilkenny lloraron por el destino de la bella joven, aunque por poco tiempo, porque Alice no tardó en casarse con un colega de profesión, viudo y con hijas. Adam le Blund, su segundo marido y afamado usurero, murió siete años después, también de manera repentina y esta vez, en el entierro hubo más susurros que llantos: ¿por qué le Blund había desheredado a sus hijas? ¿Qué oscuras artes empleaba Alice para conseguir cuanto quería de los hombres? ¿Era tal vez una bruja?

En aquellos tiempos que precedieron a la Peste Negra, la acusación de herejía era frecuente. La iglesia consideraba que era un delito leve y los castigos eran poco severos. Pócimas, conjuros, males de ojo… eran habituales, y resultaba inconcebible quemar en la hoguera a todos los que practicaban ritos paganos.

Alice Kyteler era ajena a los rumores y entre cerveza y cerveza, mientras cantaba en la alegre posada que seguía regentando, el viudo Richard de Valle le propuso matrimonio. Hay que decir que esta vez Alice tardó en decidirse. Su patrimonio era sólido y los hombres la agasajaban y regalaban en las frías noches de Kilkenny. Pero de Valle la prometió tierras y casas, de Valle estaba dispuesto a desposeer a sus tristes hijos. Este tercer matrimonio tampoco duró mucho y Alice volvía a ser libre mientras su tercer esposo moría entre extraños vómitos y síntomas de envenenamiento.

El cuarto marido, Sir John le Poer, también era viudo. Hay que decir que en aquellos remotos tiempos, las mujeres morían jóvenes a consecuencia de los frecuentes embarazos y peligrosos partos. No era el caso de Alice, poseedora de secretos que otras deseaban.

En el otoño de 1324, Sir John le Poer era un hombre envejecido y temeroso. Dormía mal y empezó a tener malas digestiones. Las hierbas que le proporcionaba su astuta mujer no le producían mejoría alguna… comenzó a sospechar. Se acordaba ahora de que ya Alice había sido acusada de la muerte de su primer esposo, aunque el caso fue enseguida sobreseído; escuchaba a sus maledicentes hijos que imaginaban secretas orgías en la posada de Alice; vivía entre sombras y su único deseo era modificar su testamento. No hubo tiempo.

Sir John le Poer murió con grandes dolores de estómago y Alice Kyteler engrosó su patrimonio olvidando el descontento, esta vez manifiesto, de los hijos de le Poer. Mujer fuerte, se sentía segura. Su amado primogénito era el alcalde de Kilkenny; su antiguo cuñado, el canciller, seguía apoyándola; y si bien muchos del pueblo la odiaban, otros la adoraban, especialmente los más humildes, a los que parece que beneficiaba con los ingresos que obtenía de esquilmar a sus iguales.

Pero el obispo de Ossory, Richard de Ledrede, un franciscano inglés, la despreciaba y decidió acusarla de brujería. ¡Pobre Ledrede! Fue él quien acabó en la cárcel, pero el odio estaba desatado y persistió... La Peste Negra se acercaba... Europa debía redimir sus pecados... Dios castigaba a los que no eran piadosos... Los tiempos estaban cambiando y la intolerancia religiosa se cebaría con las mujeres independientes, ésas que, como Alice, se rebelaban contra el orden establecido.

No pudiendo con la señora, Ledrede acusó a su criada. Petronila de Meath fue torturada y confesó brujería, implicando a Dame Alice Kyteler. Era el comienzo de un largo proceso en que el inglés iría acusando a todo el círculo de seguidores de Alice y, bajo tortura, todos confesaron sus supuestos crímenes y sobre todo los de ella, la Gran Bruja, el objetivo de Ledrede.

Ledrede nunca encontró a Alice. Dicen que huyó a Inglaterra, dicen que le acompañaba la hija de Petronila, dicen que se valió de un demonio, llamado Robin Artisson… dijeron demasiadas cosas.

Brujas. Foto: Isabel del Río ©
El caso de Alice Kyteler se hizo famoso y llegó a oídos del Papa Juan XXII, sumido en cismas y conspiraciones. En 1320, añadió la brujería a la lista de herejías, tal vez para desviar la atención de Avignon o tal vez porque, como hemos dicho, los tiempos estaban cambiando y había que dar un primer paso contra las mujeres rebeldes.

También el amado hijo de Alice fue acusado de brujería y se le encarceló. Se retracto y se le perdonó pero se le obligó a techar la catedral con plomo. En 1332, el techo se hundió matando a todos los presentes.


martes, 24 de marzo de 2020

Clara Campoamor, el voto femenino y la moral de la España de 1931


El 1 de octubre de 1931, las Cortes españolas aprobaron el artículo constitucional que consagraba el derecho al voto de la mujer. La heroína del momento fue la abogada Clara Campoamor.

Clara Campoamor, sin lugar a dudas, merece inaugurar la sección de este blog dedicada a la biografía y obra de las mujeres que lucharon por conseguir un mundo más junto e igualitario; es decir, una política diferente a la que impone el patriarcado.

Clara Campoamor

La Constitución española de 1931, aprobada durante el Bienio Reformista de la II República, es una constitución que cumple todos los requisitos para ser calificada de democrática y social:

"Artículo 1. España es una República de Trabajadores de toda clase, que se organizan en régimen de Libertad y de Justicia. Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo".

Sin embargo, a punto estuvo de no ser “tan democrática” porque faltó muy poco para que no se aprobara el sufragio universal, porque universal significa que no se puede prohibir votar al más de 50 por ciento de la población, que son las mujeres. Y la falacia de “sufragio universal masculino” sólo esconde la realidad de un sufragio censitario por sexos.

Fue en las semanas previas cuando quedó patente la ética de los diputados en Cortes y sus valores. Por ejemplo, el diputado por la Federación Republicana Gallega, Novoa Santos, aún sostenía apoyándose en sus conocimientos médicos que a la mujer no la dominaba “la reflexión y el espíritu crítico sino todo lo relacionado con las emociones y los sentimientos”. Es decir, la ética del menosprecio y la desigualdad imperaba en los discursos de muchos miembros de la Cámara.

Pero no eran los diputados que compartían las opiniones del señor Novoa Santos quienes vivieron aquellos meses de una manera agónica, sino aquellos otros que teniendo unos principios éticos solidarios (en general los diputados de izquierdas, pero también liberales como Lerroux) temían la aprobación del voto femenino por razones prácticas, ya que sospechaban que las mujeres, bajo la influencia de sus confesores, votarían a la derecha y peor aún, apoyarían la vuelta de la Monarquía de Alfonso XIII con lo que la propia existencia de la II República corría peligro. Es decir, mantenían una ética que desligaban de su aplicación práctica, lo que resulta absolutamente inmoral.

Las elecciones a Cortes Constituyentes que se realizaron tras el exilio de Alfonso XIII fueron por sufragio “universal” masculino, pero las mujeres pudieron presentarse como candidatas. Tres resultaron elegidas: Clara Campoamor del Partido Republicano Radical de Lerroux (quien terminó traicionándola); Victoria Kent del Partido Republicano Radical Socialista; y Margarita Nelken del PSOE. Fueron las dos primeras quienes ejemplificaron esta agonía ética y moral demostrando que nunca es ético vivir en desacuerdo con nuestros principios y valores.

Clara Campoamor y Victoria Kent habían luchado juntas por la igualdad de derechos de la mujer. Un logro importante fue la aprobación del artículo 25 en que la primera, con el apoyo de la segunda, consiguió que se reconociera que el sexo no puede ser fundamento jurídico de privilegio alguno. Sin embargo, llegada la hora de la verdad, Victoria Kent se asustó, no confiaba en las mujeres de su momento y creía que el voto femenino debía postergarse hasta que ellas estuvieran preparadas para votar con conocimiento y libertad. Esta moral de lo práctico fue rebatida por Clara Campoamor quien basaba sus discursos en el principio de que todo ser humano es libre y que nadie tiene derecho a privarle de su libertad en razón de ninguna conveniencia coyuntural: “la libertad se aprende ejerciéndola”.

El sufragio universal fue aprobado por 161 votos contra 121. En las siguientes elecciones de octubre de 1934 ganaron las derechas y la izquierda culpó de ello a Clara Campoamor, quien el resto de su vida pagaría por haber mantenido su ética y moral frente a los políticos y políticas “prácticos y prácticas” frente a quienes nunca crean un futuro mejor ni mejoran la historia.

Gracias, Clara.

**Clara Campoamor Rodríguez (Madrid, 12 de febrero de 1888 – Lausana, 30 de abril de 1972).

lunes, 23 de marzo de 2020

Ana Comneno, primera historiadora de Occidente


La princesa bizantina Ana Comneno escribió La Alexiada, libro de Historia fundamental para entender la Europa oriental de finales del siglo XI y principios del XII y fuente imprescindible de la Primera Cruzada.

Basa de Columna en Cisterna Bizantina
(Estambul)
Foto: Isabel del Río ©
Ana Comneno nació 1083 en el palacio imperial bizantino de Constantinopla, en “la cámara de la púrpura”, lugar donde sólo nacían los hijos legítimos de los emperadores y que daba el derecho a ostentar, el resto de sus vidas, el título de “porfirogénito”. Ella era la primogénita de Alejo I e Irene Ducas.

Desde muy joven, Ana demostró su fuerte carácter y rebeldía. Sus padres, que le otorgaban una educación exquisita, le habían prohibido estudiar poesía clásica por su contenido “lujurioso”. Ella desobedeció la prohibición y se encargó de hacerse erudita, también en este campo del saber, a escondidas y con la ayuda de un eunuco de la corte imperial.

Durante un tiempo, creyó estar llamada a ser nombrada Emperatriz de Bizancio y el nacimiento de su hermano menor Juan (futuro Juan II Comneno) la decepcionó profundamente. No se resignó y conspiró el resto de su vida en aquella corte corrupta, llena de traiciones y asesinatos. Su principal aliado era su marido, Nicéforo Brienio, pero demostró mayor debilidad de carácter que Ana y, asustado, la abandonó en 1118. Ana dijo entonces:
"La Naturaleza se ha equivocado en los sexos, ya que él debería haber sido una mujer".
Desterrada, junto con su madre y hermana (parece que el complot era femenino y que las mujeres no estaban conformes con el gobierno de los hombres) al monasterio de Kecharitomenene se dedicó al estudio y llevó una cierta vida social con intelectuales de la época. Así, el obispo de Efeso, Jorge Torniques, consideraba que la princesa Ana había alcanzado "las más altas cimas de sabiduría".

Escribió sobre filosofía y medicina, sobre astronomía y teología, también sobre gramática y literatura, pero su gran obra es histórica, La Alexiada, quince tomos que son hoy la fuente principal para estudiar la política bizantina de finales del siglo XI y principios del siglo XII, época que incluye la Primera Cruzada. En la Alexiada, Ana Comneno describe el miedo de Constantinopla ante la llegada de los ejércitos occidentales, las dudas de su padre Alejo I ante la estrategia de los cruzados y la problemática personalidad de Godofredo de Bouillón. Es el punto de vista bizantino y no ha llegado hasta nosotros ninguna otra fuente griega.

La Alexiada está escrita en griego y sigue el estilo de Tucídides. Es cronológicamente bastante correcta y muy detallista con respecto a la geografía, armamento y grupos étnicos y sociales de la época. Refleja el sentir de una princesa bizantina que se considera heredera legítima del Imperio Romano y que considera “bárbaros” a franceses o italianos, también “barbaras” su cultura y costumbres. Piensa que el Papa de Roma no es más que otro patriarca, siempre por debajo del de Constantinopla y deja constancia de la mentalidad femenina de la época.

Pero ¿cómo eran los hombres de la época? ¿Por qué las princesas bizantinas se rebelaban contra ellos? Veamos algunas pinceladas de las vidas de las tres mujeres desterradas en el monasterio de Kecharitomenene y de la antigua amante de Alejo I.

Irene Ducas, madre de Ana Comneno: provenía de una poderosa familia y la casaron con Alejo I con quince años. Tuvo que soportar que éste se coronara excluyéndola de la ceremonia y que la engañara publicamente con María Bagrationi.

María Bagrationi: hija del rey de Georgia y famosa por su belleza. Tuvo unos años de triunfo en la Corte de Constantinopla. Pero cuando la esposa legítima de su amante, el emperador Alejo I, padre de Ana, dio a luz a un hijo varón, fue recluida en un convento.

Eudoxia Comneno, hermana de Ana: compartió el destierro con su hermana mayor cansada de ser un títere en matrimonios no deseados y alianzas políticas en las que no estaba interesada.

Ana Comneno: inteligente y fuerte, nunca aceptó no poder reinar debido a su condición femenina. Traicionada por su débil marido, no se sabe exactamente cuándo murió pero todavía escribía en 1148. Es decir, vivió cerca de 70 años. La Alexiada comenzó a escribirla con 55.

Isabel del Río en Eyup (Estambul)
Foto: Isabel del Río ©
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Ana Comneno - CC by-nc-sa 4.0 - María Isabel del Río Esteban